MATUTINO

 Arrastro los pies, enfundados en mis originales zapatillas de Spiderman, hasta el diminuto cuarto de baño del pequeño estudio que aún me puedo permitir. Abro la puerta y busco con mi mano derecha el interruptor que ilumina la estancia. El tintineo de la usada bombilla me recuerda que debo cambiarla. Un par de golpecitos bastan para que espabile y siga haciendo lo único que sabe hacer. 

 Me acerco al espejo, apoyo las manos en el lavabo y adivino la réplica de alguien al que apenas reconozco. Mi estrecha frente y puntiaguda barbilla me asustan y me entristecen a partes iguales. No me gusto. Las ondulaciones de mi pelo ya no tienen el éxito de antaño. Me doy cuenta entonces que el desorden de la vida que he llevado también ha hecho mella en mi aspecto, sin lugar a duda. Cuando creí haber logrado ser un tipo responsable y maduro caí en la cuenta de que me engañaba a mí mismo. No era más que un rescoldo del joven soñador que en tiempos mejores pretendía comerse este nocivo mundo, yermo de buenas intenciones y repleto de hijos de puta que no dudarán en pisotearte y hundirte en el fango para deleite de sus malas intenciones. Lavo mi cada vez más quebrada cara y la seco con la áspera toalla color salmón que algún día alguien tuvo la magnífica idea de regalarme. Vuelvo a dirigir mis ojos hacia el veraz espejo, resoplo y, convencido del todo de que no hay nada que hacer ya con mi demacrado semblante, huyo de allí para no seguir masticando más el punto al que he llegado.

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