A ella nadie le había enseñado nunca nada, andaba por la vida con todas sus posesiones a cuesta y vivía en ningún sitio y en todos lados. Los recuerdos de días mejores se le acumulaban en la cabeza a cada paso que daba. Nunca se olvidaba de lo que fue, de lo que llegó a tener. De sus dos hijos ya nada sabía. Hace como cuatro años vio al mayor, saliendo del instituto acompañado de una chica que le pareció su novia. Alguna vez se pasaba por allí para volver a verlo, pero no dio más con él. De la menor nunca supo nada desde el día en que tuvo que dejarlos. La vida ya no era vida para ella. El hombre al que tanto quiso un día se convirtió en otro, en un monstruo dispuesto a vejarla a diario y a recordarle lo insignificante que se había vuelto para ella y para el resto del mundo. Ella se lo llegó a creer y pensó que allí ya no pintaba nada. Ahora lleva más de seis años viviendo por las calles de una ciudad que casi no reconoce.
A ella nadie nunca le había enseñado nada, ni siquiera a quererse como se merecía.