POR TU CULPA

El café que Andrés pidió vino humeando como si fuera la locomotora de un antiguo tren de vapor. No se atrevió ni a tocar la taza. Cogió su móvil y empezó a curiosear por las redes sociales. Natalia empezaba a tardar, como era costumbre en ella. Dio unos cuantos ¨me gusta¨ a publicaciones sin interés ninguno, solo por el hecho de que fueron compartidas por amigos y compañeros de trabajo. Aún no comprendía como había gente que le daba tanta importancia a eso de los seguidores en Instagram, en Facebook y demás mierda inventada para tenernos agarrados todo el día al puto móvil. Andrés era de los que le daba mucho más crédito a una buena conversación frente a un café, no tan caliente como el que tenía justo delante. Llegó a pensar en si le había caído mal a la singular camarera de pelo color malva.  

 –¡Hola! –la voz de Natalia le sacó de los confusos improperios que acababa de recopilar para nombrar a aquella vil camarera –¿hace mucho que esperas?

 –¡Hola, Nata! ¡Que pronto vienes! –contestó con todo el sarcasmo que pudo el bueno de Andrés.  

 –No empecemos, Andrés, sabes que tengo cosas que hacer.

 –Sí, como colgar tus fotos frente al espejo para que las vea todo el pervertido que se precie, ¿no? –argumentó Andrés mientras vertía el pequeño sobre de azúcar en el aún abrasador café con leche.

 –Eso son cosas que no te incumben. Mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que me plazca –replicó airadamente Natalia a la vez que no separaba sus ojos de la pantalla de su teléfono.

 –¿Cómo puedes decir eso? Creo recordar que sigo siendo tu novio y, por muy moderno que pueda parecer, el que alguien vea fotos de mi novia semidesnuda delante de un espejo, no me trae sin cuidado. Me importas, Natalia, y no creo que hagas bien. Ya no es por mí, es por ti. Eres más lista que todo eso –expresó Andrés, mirando como su novia no dejaba de prestar atención al maldito teléfono.

 –¡Te he dicho más de mil veces que no enseño nada! –protestó Natalia mientras tiraba con rabia el teléfono encima de la mesa.

 Andrés intentó dar un sorbo al abrasador brebaje que sostenía en una de sus manos.

 No estaba dispuesto a levantarse de allí sabiendo que Natalia seguiría en su empeño de no dar importancia a lo que hacía. Ella no lo veía con los mismos ojos que él.  

 Habían pasado unos cinco minutos desde que aquella empleada le había servido el café y, al llevárselo a los labios, creyó meterlos en un puto volcán. Giró la cabeza para volver a acordarse de alguno de los familiares de la camarera de cabello color violeta, la cual debía haberse levantado de muy mala leche puesto que no dejaba que, el vapor que hacía calentar la leche de los cafés de los demás clientes parase hasta que el sonido se hacía sordo. Andrés creyó leer en su rostro que disfrutaba con aquello.

 –Si vas a seguir mirando a la camarera de ese modo me levanto y me voy –soltó de golpe Natalia, volviendo a coger su teléfono móvil.

 –No me intestes cambiar la conversación, Natalia, sé que eres muy buena en eso.

 –¿Me vas a negar que no te la estás comiendo con los ojos? Hasta ella se ha dado cuenta –inquirió Natalia casi sin darle importancia.

 –¡Venga ya! La miro porque me ha puesto el café ardiendo, y veo que disfruta con ello, nada más.

 –¡Vale, lo que tú digas!

 Natalia acomodó sus brazos sobre la cuadrada mesa y puso sus grandes y azules ojos sobre los de su novio. Recordaba las veces que aquella artimaña le sirvió para descolocar a Andrés y conseguir que las aguas volvieran a su cauce. Pero aquella vez su chico no estaba dispuesto a rebajarse de nuevo, ni a entrar en el malévolo juego donde ella siempre salía ganadora. Andrés ya estaba harto, ya no la creía, ni la quería como antes, o eso pensaba. Ahora era él el que la miraba. Se levantó y se dirigió a la barra, donde la perversa achicharradora de cafés seguía entreteniéndose, sirviendo auténtica lava en pequeñas tazas decoradas con motivos pop-art.  

 –Dime qué te debo por el candente café que me has servido, por favor –le indicó Andrés a la ocupada camarera –también puedes sumarme el precio de tu número de teléfono, si no es mucho molestar.

 La chica no abrió la boca, recogió el billete de diez euros que Andrés colocó sobre la barra y pulsó varias teclas de la caja registradora, la cual se abrió de inmediato. Sacó la vuelta, que colocó lentamente en un plato y se la entregó al gracioso cliente.

 –¡Gracias! –dijo la incendiaria camarera de pelo color malva.

Andrés recogió las monedas y el billete de cinco euros del plato, sonrió y se dirigió a la mesa donde Natalia seguía embelesada con la iluminada pantalla de su móvil.

 –Adiós, Natalia. No quiero seguir con todo esto. Te dejo.

 –¡Pues tú te lo pierdes, Andresito! –contestó la joven exnovia de Andrés sin levantar la vista del teléfono. Él odiaba que lo llamara así, y ella lo sabía. Andrés bajó por las escaleras mecánicas. Cada centímetro que bajaba veía desaparecer a la que había sido su novia durante casi dos años. Al recoger el billete de cinco euros en la cartera vio apuntado un número de teléfono debajo de un nombre: Sandra.

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